EDÉN, CIUDAD DE SIMULACIONES



por



Montse Godrid








La gente a menudo se convierte en actores porque hay algo de ellos mismos que no les gusta: prefiere parecer otros.

Bette Davis











PERSONAJES

RECEPCIONISTA, de una edad indeterminable.

JUAN, treintañero.

ELISA, veintipocos.

BEATRIZ, veinticinco años.

HERMANAS, treinta y dos, veintinueve y veintiséis años.

LORENZO, cincuenta años.

AMIGOS (4), rondando la cincuentena.

FAMILIA.



ACTO I

JUAN llega con una maleta a lo que parece ser la recepción de un hotel. En ese momento sale una FAMILIA y él la observa sin ningún disimulo. Después se acerca al mostrador y habla sin esperar a que el recepcionista le mire para atenderle.

JUAN.- Buenos días, tengo una reserva.

RECEPCIONISTA.- (Con el tono mecánico que utiliza quien ha repetido en innumerables ocasiones la misma frase.) Por supuesto, señor. Bienvenido a Edén, ciudad de simulaciones. ¿Me permite su DNI y la tarjeta de crédito con la que desee abonar la estancia para proceder a realizar el check in?

Juan saca la cartera, que se le cae por los nervios. Finalmente, busca dentro de la misma y le entrega al recepcionista los documentos que le ha solicitado. El recepcionista los lee y teclea en el ordenador.

RECEPCIONISTA.- (Mirando a la pantalla.) Veo que ha dejado todas las opciones abiertas, señor.

JUAN.- Sí, es que me costaba decidirme… He pensado que una vez aquí tendría las ideas más claras.

RECEPCIONISTA.- Sin problemas, señor Martínez. ¿Ha decidido si la prefiere rubia, morena o… pelirroja? (Susurra.) Tenemos en oferta a estas últimas. La poca demanda, sabe usted.

JUAN. - ¿A quién se refiere?

El recepcionista suspira profundamente y procede a hablar más despacio al cliente.

RECEPCIONISTA.- Usted ha contratado el pack familiar con tres hijos para este fin de semana, ¿es correcto?

JUAN. - Sí, yo diría que sí.

RECEPCIONISTA.- Tiene que elegir algunas de las características básicas de su mujer y de sus tres hijos. Le advierto que como no ha reservado con antelación, puede que no todas las opciones estén disponibles… Pero siempre podemos recurrir a las pelucas, que son de pelo natural, por supuesto.

JUAN.- Mmmmmm. No estoy seguro.

El recepcionista deja de mirar la pantalla y se coloca frente al cliente para hablarle con más cercanía.

RECEPCIONISTA.- Vamos a ver, Juan, te veo joven ¿te puedo tutear?

JUAN.- Sí, creo que va a ser mejor.

RECEPCIONISTA.- Va a ser mejor. No eres el primero que vienes, así que no te preocupes, que tenemos experiencia en estas situaciones y yo te puedo aconsejar. ¿Tienes novia?

JUAN.- Sí, claro.

RECEPCIONISTA.- Claro. ¿Tu novia es rubia, morena o pelirroja?

JUAN.- Clarita es morena.

RECEPCIONISTA.- Morena. ¿Y quieres que la chica que va a hacer de tu mujer este fin de semana se parezca a Clarita?

JUAN.- No se… ¿tú qué crees que es mejor?

RECEPCIONISTA.- Yo siempre aconsejo que sí. Cuanto más se parezca la simulación a la realidad, más fácil será obtener un resultado acertado. A no ser…

JUAN.- ¿A no ser?

RECEPCIONISTA.- Si no tienes claro tu futuro con Clarita, pero te gusta, digamos una compañera de trabajo, que es rubia…

JUAN.- ¿Sí?

RECEPCIONISTA.- En ese caso yo escogería una simulación rubia. Ya sabes, para obtener el resultado más acertado.

JUAN.- Claro.

El recepcionista vuelve a su puesto tras el ordenador.

RECEPCIONISTA.- ¿Y bien? ¿Qué va a ser?

JUAN.- ¡Pelirroja!

El recepcionista resopla y vuelve a ponerse frente al cliente.

RECEPCIONISTA.- ¿Pelirroja?

JUAN.- No conozco a ninguna mujer pelirroja.

RECEPCIONISTA.- ¿Y eso en qué va a ayudar a aproximarse en una simulación a una futura realidad?

JUAN.- Quiero que todo me resulte extraño, no pretendo que me sea familiar. No quiero imaginarme todavía con Clarita ni con nadie en concreto, así que prefiero una simulación con alguien que no me condicione.

El RECEPCIONISTA vuelve a su posición inicial.

RECEPCIONISTA.- El cliente siempre tiene la razón.

El RECEPCIONISTA aporrea el teclado.

RECEPCIONISTA.- No nos quedan pelirrojas.

JUAN.- Pero si antes me has dicho que estaban de oferta.

RECEPCIONISTA.- Pues igual es por eso. Se ve que se han agotado.

JUAN.- ¿Y no tenéis ninguna otra oferta? No quiero que la experiencia me salga por un ojo de la cara.

RECEPCIONISTA.- Tenemos los trillizos a tres por uno.

JUAN.- ¿Si cojo esa oferta me tendría que hacer cargo de nueve niños este fin de semana?

RECEPCIONISTA.- No, caballero. Solo tendría que cuidar a un pack de tres. (Susurra.) Si quiere le pongo una rubia escultural, que es una opción superior a la que usted ha reservado, y se queda con los trillizos.

JUAN.- ¿Por el mismo precio que he reservado?

RECEPCIONISTA.- Sin pagar un céntimo de más.

JUAN.- ¡Adjudicado!

El cliente da un golpe en el mostrador, que sobresalta al empleado y luego sigue tecleando.

RECEPCIONISTA.- Un momento, señor, enseguida vienen.

JUAN martillea con los dedos en la mesa. Entra ELISA, que es una mujer rubia, guapa y delgada empujando un carrito triple con sus tres ocupantes. Parece que los bebés están dormidos. Ella se acerca a JUAN y le da un beso en la mejilla.

ELISA.- Hola, cariño.

JUAN.- (Dirigiéndose al recepcionista.) ¿Cómo? ¿Ya?

RECEPCIONISTA.- ¿A qué se refiere, señor Martínez?

JUAN.- ¿Empezamos ya?

RECEPCIONISTA.- Sí, señor. Feliz simulación matrimonial con trillizos. Aquí tiene.

El RECEPCIONISTA le devuelve la tarjeta de crédito y el DNI al cliente.

ELISA.- Juan, cariño, lleva tú el carrito, que está a punto de volverme la migraña, haz el favor.

JUAN empuja el carrito y sale de escena seguido de ELISA.

Entra BEATRIZ y espera frente al mostrador de recepción.

RECEPCIONISTA.- Buenos días, bienvenida a Edén, ciudad de simulaciones.

BEATRIZ.- Buenos días, tengo una reserva.

BEATRIZ le entrega al recepcionista el DNI y una tarjeta de crédito que ya tenía preparadas en la mano.

RECEPCIONISTA.- Por supuesto, señora.

El recepcionista teclea y lee la pantalla.

RECEPCIONISTA.- Veo que ha cerrado usted todas las opciones en su reserva y que ha sido muy detallista en sus descripciones. «Tres hermanas de 32, 29 y 26 años. La mayor de carácter firme, pero cariñosa, quien ha asumido el papel de madre al faltar esta, rubia y alta; la segunda artista, excéntrica y un poco despistada, como si no perteneciera del todo a este mundo, pelirroja con los ojos verdes; la tercera es la que mejor se tiene que llevar conmigo, que soy la menor, y deberá ser morena.» ¿Es correcto?

BEATRIZ.- Sí, ¿cree que es posible?

RECEPCIONISTA.- Lamento informarle que no nos quedan pelirrojas. ¿Quiere que su segunda hermana lleve peluca o no le importa que sea morena?

BEATRIZ.- Morena entonces, qué le vamos a hacer.

RECEPCIONISTA.- Si son todas hijas de los mismos padres, queda más natural cuanto más se parezcan.

BEATRIZ.- Sí, lo entiendo, pero era mi fantasía.

RECEPCIONISTA.- Las pelucas son de pelo natural, ¿quiere que le enseñe una?

BEATRIZ.- No es necesario, gracias. ¿Y cree usted que les resultará fácil adquirir las personalidades que he indicado?

RECEPCIONISTA.- Por supuesto, señora. Nuestros actores y actrices se esmeran en afinar las personalidades que les solicitan nuestros clientes. Si en algún momento desea alguna puntualización, no tiene más que decírselo a la actriz que esté interpretando a su hermana.

BEATRIZ.- Yo soy hija única, ¿sabe usted?

RECEPCIONISTA.- No lo sabía, señora, pero lo suponía.

BEATRIZ.- (Con vergüenza, mirándose las manos.) ¿Alguien ha venido aquí con una petición similar a la mía?

El recepcionista abandona su puesto y se coloca más cerca de la clienta para hablarle con amabilidad y cercanía.

RECEPCIONISTA.- Beatriz, ¿le puedo tutear?

Ella sigue mirándose las manos y asiente.

RECEPCIONISTA.- Por esta recepción ya ha pasado todo el elenco humano. Los deseos son como los copos de nieve, Beatriz, tienen un increíble parecido entre sí. No existen deseos inéditos, así que no te preocupes por eso.

La clienta levanta la cara y sonríe al recepcionista, quien vuelve a su puesto.

RECEPCIONISTA.- ¿Desea usted comenzar ya la experiencia o prefiere descansar un poco?

BEATRIZ.- Sí, por favor. Tengo muchas ganas de empezar cuanto antes.

El recepcionista le devuelve la documentación y continúa tecleando.

BEATRIZ, ansiosa, mira a un lado y a otro esperando verlas aparecer. Las tres mujeres hacen su entrada y corren a abrazar a Beatriz.

LORENZO entra con una maleta y observa la escena.

HERMANAS.- (Al unísono.) ¡Hermana!

BEATRIZ.- (Emocionada, entre lágrimas.) Os he echado mucho de menos.

HERMANAS.- Y nosotras a ti.

Permanecen un rato más abrazadas y, tras unas risas y unos llantos, salen del escenario cogidas por la cintura cantando.

LORENZO se acerca al mostrador.

LORENZO.- Un poco sobreactuadas esas amigas, ¿no?

RECEPCIONISTA.- Buenos días y bienvenido a Edén, ciudad de simulaciones. ¿Qué quiere decir, señor?

LORENZO.- Aunque sean mujeres, que son más expresivas con sus sentimientos… Las amigas no se comportan así, ¿no cree usted?

RECEPCIONISTA.- No interpretan a amigas, señor, sino a hermanas que llevan tiempo sin verse.

LORENZO.- Ah. En ese caso es diferente. Vale, vale, vale. (Se queda ensimismado mirando por donde han salido las mujeres.)

RECEPCIONISTA.- ¿Tiene usted reserva?

LORENZO.- ¿Eh? Ah, sí, claro.

RECEPCIONISTA.- ¿Me permite su DNI y la tarjeta de crédito con la que desee abonar la experiencia?

El cliente busca por todos sus bolsillos hasta que encuentra la cartera en el último, saca un montón de papeles arrugados de la cartera y, finalmente, lo que le ha pedido el empelado.

LORENZO.- (Suspira aliviado.) Aquí tiene.

El recepcionista teclea y lee la pantalla.

RECEPCIONISTA.- Veo que le hemos llamado varias veces y enviado un correo electrónico, y no ha respondido a ninguno.

LORENZO.- ¿Eh? No sé, puede ser. ¿Qué problema hay?

RECEPCIONISTA.- Verá, señor, el problema es que algunos de los datos de su reserva y los de la descripción de la misma son incompatibles, y es necesario ampliar otros.

LORENZO.- ¿Qué quiere decir?

RECEPCIONISTA.- Le explico: usted ha marcado la opción de pack de reencuentro con amigos de la infancia, y en descripción ha escrito tres o cuatro.

LORENZO.- ¿Y?

RECEPCIONISTA.- Tiene que concretar si quiere que sean tres o cuatro.

LORENZO.- No sé, los que sean necesarios.

RECEPCIONISTA.- La necesidad la determina el cliente, señor. ¿Quiere que le explique las tarifas por tres y por cuatro amigos de la infancia?

LORENZO.- El dinero no es un problema.

RECEPCIONISTA.- Entiendo.

LORENZO.- Bueno, pues póngame cuatro.

RECEPCIONISTA.- Cuatro.

LORENZO.- ¿Algo más?

RECEPCIONISTA.- ¿Desea usted especificar algo sobre sus personalidades?

LORENZO.- Ya lo hice, puse que les gustara beber e irse de juerga conmigo.

RECEPCIONISTA.- Sí, señor. ¿Algo más?

LORENZO.- Que se rían de mis chistes y que ellos también los cuenten.

El RECEPCIONISTA teclea en el ordenador.

RECEPCIONISTA.- Entiendo. ¿Quiere que cuenten anécdotas de su juventud en las que le dejen a usted siempre como un campeón?

LORENZO.- No lo había pensado, pero no suena mal.

El empleado vuelve a teclear.

RECEPCIONISTA.- Que le hagan quedar bien… Y supongo que tampoco iría mal que sea usted siempre el que más liga con… ¿mujeres?

LORENZO.- Sí, con mujeres. ¿No tienen un pack o algo así para no tener que decir lo obvio? Me está usted haciendo sentir que soy un idiota.

El recepcionista deja su puesto y se acerca al cliente.

RECEPCIONISTA.- No debes sentirte así, Lorenzo. Si no te importa que te tutee. La simulación es mejor cuanto más se detallan los deseos del cliente. No te imaginas lo que he llegado a escuchar estando detrás de este mostrador…

LORENZO.- Ya me imagino. (Pausa.) Pero yo soy un cincuentón sin amigos que paga para que unos desconocidos se hagan pasar por unos íntimos de la infancia. Soy tan patético que necesito que personas que no sienten nada por mí finjan que les importo.

RECEPCIONISTA.- Lorenzo, este fin de semana estamos al completo y aunque cada cliente es especial y pide cosas diferentes, al final todos buscamos lo mismo… Si algo he aprendido desde que trabajo aquí es que todos somos seres ridículos en un mundo absurdo.

LORENZO abraza al RECEPCIONISTA, quien al principio se queda inmóvil, pero que acaba abrazándolo también. Después de unos instantes, LORENZO se separa y suspira aliviado.

LORENZO.- Pero no creas que soy un tipo insociable, tengo miles de amigos en las redes sociales.

RECEPCIONISTA.- Lorenzo, eso es como tener miles de millones de dinero del Monopoly. ¿Te encuentras mejor?

LORENZO asiente y el empleado vuelve a su puesto.

RECEPCIONISTA.- Mira, vamos a hacer una cosa, ¿te parece si yo relleno los huecos en función de lo que creo que te va a gustar?

LORENZO.- Sí, por favor.

El recepcionista aporrea con rapidez el teclado.

RECEPCIONISTA.- Listo. En seguida llegarán.

Aparecen cuatro hombres que se alegran al ver a LORENZO, al que abrazan y levantan en el aire. Salen riendo y cogiéndose por los hombros.





ACTO II

La misma recepción, pero con luces más ténues. El RECEPCIONISTA parece dormitar en una silla junto al ordenador. Entra JUAN en bata y zapatillas de estar por casa.

JUAN.- ¡Buenas noches! Por decir algo.

El recepcionista cae de la silla sobresaltado y se pone en pie de un salto.

RECEPCIONISTA.- Buenas noches, señor Martínez. ¿En qué puedo ayudarle?

JUAN.- No estoy nada contento con el servicio.

RECEPCIONISTA.- ¿Y cómo es eso?

JUAN.- Los niños no hacen más que llorar, comer y cagar.

RECEPCIONISTA.- Son actividades usuales en los bebés, señor. ¿Qué esperaba que hicieran?

JUAN.- ¿Dormir?

RECEPCIONISTA.- Señor Martínez, los niños también duermen.

JUAN.- ¡¿Cuándo?!

RECEPCIONISTA.- No debe usted impacientarse, señor, es su primera noche como padre de trillizos. Debería usted tener paciencia con sus hijos.

JUAN.- Y Elisa, mi mujer, dice que me tengo que ocupar yo también de los niños. Acunarlos, cambiarles los pañales, darles los biberones… Y, claro, yo le he dicho que soy yo el que trabaja en esta casa y el que trae el pan; que no me corresponde realizar esas tareas.

RECEPCIONISTA.- ¿Y ha sido entonces cuando ella le ha echado de la habitación?

JUAN.- (Agacha la cabeza.) Sí. (Desesperado.) ¿Sabes cómo puedo conseguir que me perdone?

RECEPCIONISTA.- Lo mejor es pedirlo siempre de corazón, señor Martínez; pero un regalito suele ayudar también en estos casos.

JUAN.- ¿Y dónde puedo encontrar un regalito para una mujer enfadada a estas horas?

RECEPCIONISTA.- La tienda de regalos no está abierta, pero siempre guardo algo bajo el mostrador.

El recepcionista saca una caja de bombones. El cliente va a cogerla, pero el empleado la retira de su alcance justo antes de que llegue a tocarla.

RECEPCIONISTA.- Por el módico precio de 50 euros le puedo vender esta exquisitez, señor Martínez.

JUAN.- ¡¿Por una caja de bombones?!

RECEPCIONISTA.- La felicidad que se puede comprar con dinero es felicidad barata, al fin y al cabo.

JUAN.- Ya, ya.

El cliente saca la cartera del bolsillo de la bata y deja el dinero sobre el mostrador. El RECEPCIONISTA le entrega la caja de bombones, se guarda los billetes y saca de debajo del mostrador una botella de wiski que se queda mirando, simulando ignorar al cliente.

JUAN.- ¿Eso es una botella de wiski?

RECEPCIONISTA.- Sí, señor Martínez, un escocés de doce años de edad. Una delicia en el paladar y un anestésico maravilloso para los dolores del alma, que también suele ayudar a conciliar el sueño entre llantos de bebés.

JUAN.- (Sacando la cartera.) ¿Cuánto?

RECEPCIONISTA.- Tenga en cuenta que los bares y tiendas de veinte kilómetros a la redonda están cerrados a estas horas.

JUAN.- (Impaciente.) ¿Cuánto?

RECEPCIONISTA.- Cien euros de nada, señor.

El cliente remuga y deja el dinero dando una palmada sobre el mostrador. El recepcionista agarra los billetes y deposita la botella en su lugar, que rápidamente coge Juan y se va farfullando por donde ha venido.

Se oyen voces cantando, riendo y jaleando a lo lejos. Entran BEATRIZ y LORENZO con sus respectivos actores y actrices acompañantes. Todos están ebrios.

RECEPCIONISTA.- Buenas noches, señores.

TODOS.- (Al unísono.) Buenas noches.

Algunos ríen, otros bailan y unos pocos se sientan.

RECEPCIONISTA.- (A Lorenzo.) ¿Está pasando una velada agradable, señor?

LORENZO.- No recuerdo haberlo pasado tan bien en muchos años. (Hipa.) Cada vez que me junto con mis amigos de la infancia me hacen sentir como un chaval. (Hipa.) Y para colmo nos hemos encontrado con estas chicas, que se conocían no sé de qué, y no hacen más que contarles mis anécdotas: que si esa vez que ganamos el campeonato gracias a mi gol, que si esa otra que le di un buen corte a un policía que nos paró cuando íbamos de excursión en moto con nuestras novias… Se acuerdan de todo mis amigos. (Hipa.)

RECEPCIONISTA.- Lo celebro, señor.

LORENZO vuelve con sus amigos.

BEATRIZ se acerca al recepcionista y le da un beso en la mejilla, quien lo recibe sorprendido. Ella se resbala, pero él la sujeta para que no se caiga.

BEATRIZ.- Muchas gracias, guapo.

RECEPCIONISTA.- A usted, señora.

BEATRIZ.- No seas tan formal, hombre.

RECEPCIONISTA.- Estoy trabajando, Beatriz, entiéndame usted.

BEATRIZ.- Bueno, pero sigue tuteándome como lo hacías esta mañana.

RECEPCIONISTA.- Claro, Beatriz, como tú quieras. ¿Cómo es que os habéis juntado con este otro grupo? Si puedo preguntar.

BEATRIZ.- Hombre, pues se ve que todos se conocen menos el pringado que ha pagado a esos gorilas… y yo, la otra pringada, claro. Digo yo que el resto se habrán visto trabajando antes por aquí. ¿No?

RECEPCIONISTA.- Claro. ¿Y lo estás pasando bien?

BEATRIZ.- Bueno…

RECEPCIONISTA.- Lamento mucho escuchar esto, ¿hay algo que debamos mejorar en Edén desde tu punto de vista?

BEATRIZ.- No, no, que va. Si las actrices son maravillosas, atentas, divertidas… Creo que el problema está dentro de mí, que no me dejo llevar.

BEATRIZ apoya las manos sobre el mostrador y se las queda mirando en silencio. El RECEPCIONISTA se las coge en un gesto de ternura.

RECEPCIONISTA.- ¿Qué quieres decir con que no te dejas llevar?

BEATRIZ.- A ver, entiéndeme, yo soy una chica divertida, pero sabía que esta experiencia no iba a poder tapar el hueco en mi corazón. Aun así, me la recomendó una compañera de trabajo y… quise creer que sí iba a aliviar en parte mi carencia.

RECEPCIONISTA.- ¿Carencia?

BEATRIZ.- Quedé huérfana a los dieciocho años. Un accidente de coche, ¿sabes?

RECEPCIONISTA.- Entiendo.

BEATRIZ.- Y desde entonces fantaseo no con que mis padres no se han ido, eso sería enfermizo, sino con que no estoy sola en el mundo porque tengo un montón de hermanas. A lo largo de estos años les he puesto nombre y construido una personalidad alrededor de ellas. Y pensé que podía fingir, aunque fuera solo durante un maldito fin de semana, que eran reales.

RECEPCIONISTA.- Esta experiencia no es para todo el mundo, Beatriz, no tienes que sentirte mal. Puede que tu dolor sea demasiado grande como para taparlo con algo que no es real, que tú necesites amor verdadero para sanar.

Ambos se quedan mirando a los ojos.

BEATRIZ.- ¿Y tú cómo te llamas, recepcionista?

RECEPCIONISTA.- ¿Cómo te gustaría que me llamara?

BEATRIZ.- Novio de Beatriz. ¿Te gusta?

BEATRIZ le suelta las manos y se acerca insinuante al recepcionista, este da un paso para atrás. Ella no sabe cómo reaccionar y acaba por marcharse.

Todos, menos el recepcionista, la siguen formando una fila de conga.



ACTO III

Misma recepción. Luz de mañana. Entra JUAN empujando el carrito triple y resoplando, le sigue ELISA limándose las uñas.

RECEPCIONISTA.- Buenos días, señores Martínez.

JUAN.- (Al recepcionista.) Déjate de rollos, que ya hemos acabado.

RECEPCIONISTA.- El show no termina hasta que no baja el telón, señor.

JUAN.- Lo que tú digas. ¿Tengo que firmar o pagar algo más antes de marcharme?

RECEPCIONISTA.- No es necesario, señor. ¿Ha disfrutado de su experiencia de simulación este fin de semana?

JUAN.- (Con sorna.) Ni te lo imaginas. En cuanto llegue a casa cortaré con mi novia. He decidido no tener descendencia en esta vida.

RECEPCIONISTA.- Me alegro. Esperamos verle de nuevo pronto por aquí.

ELISA se acerca a JUAN y le da un beso en la mejilla.

ELISA.- (A JUAN.) Siempre te llevaré en mi corazón, cariño.

JUAN.- Déjate de rollos, tú también. Hale, hasta más ver.

JUAN coge su maleta y sale. El RECEPCIONISTA y ELISA le despiden desde la distancia con la mano.

ELISA vuelve por donde ha entrado.

LORENZO entra sentado sobre la maleta con ruedas, empujándose con los pies. Choca contra el mostrador.

RECEPCIONISTA.- ¿Está usted bien?

LORENZO.- Todo el fin de semana borracho y riéndome. No podría estar mejor.

RECEPCIONISTA.- ¿Y sus amigos, señor?

LORENZO.- Los he dejado durmiendo la mona en la habitación. Si salen más tarde de las 12 no tendré que pagar yo el recargo, ¿verdad?

RECEPCIONISTA.- No, señor, se hace cargo Edén. No se preocupe. ¿Ha disfrutado usted de su simulación?

LORENZO.- Lo he pasado en grande. Ya he hablado con ellos para que sean los mismos actores con los que quede cada vez que venga. Puede ser, ¿verdad?

RECEPCIONISTA.- Por supuesto, señor. Quedan anotados en su ficha y así se hará. Si en algún momento se cansa de su aspecto, pero no de sus personalidades, recuerde que tenemos pelucas.

LORENZO.- ¿Pelucas?

RECEPCIONISTA.- Sí, señor. Son de pelo natural.

LORENZO.- Puede estar divertido ponernos pelucas para la próxima juerga. Lo pensaré. He pensado venir una vez al mes… Cada vez que cobre la nómina, que no quiero engancharme demasiado.

RECEPCIONISTA.- Cuando usted quiera, señor.

LORENZO se va haciendo eses.

El RECEPCIONISTA sale del mostrador y se asoma por donde entran los clientes. Mira en lontananza y vuelve corriendo al mostrador. Se recompone el peinado y se arregla la ropa.

Entra BEATRIZ con unas oscuras y grandes gafas de sol puestas.

RECEPCIONISTA.- Buenos días… Beatriz. ¿O te llaman Bea en confianza?

BEATRIZ se queda perpleja unos segundos. Se quita las gafas de sol y se las coloca sobre la cabeza.

BEATRIZ.- Bea, los amigos me llaman Bea, pero creo que no es el caso. ¿No cree usted, recepcionista?

RECEPCIONISTA.- Esta noche he soñado que a mí me llamaban novio de Beatriz, pero ahora le tendré que decir a mi subconsciente que lo correcto sería novio de Bea.

BEATRIZ.- Con tu subconsciente yo no tengo la confianza como para que me llame así.

RECEPCIONISTA.- Más de la que te imaginas. (Le guiña un ojo.)

BEATRIZ.- En todo caso será tu subconsciente conmigo, pero no al revés.

Ambos ríen. Ella apoya las manos sobre el mostrador y el aprovecha para cogérselas.

RECEPCIONISTA.- Anoche no supe reaccionar. Había un montón de clientes por aquí, era tarde y tenía sueño… Perdona si te hice sentir mal. Ojalá pudiera hacer retroceder el tiempo para volver a anoche.

BEATRIZ.- ¿Ah, sí? ¿Y qué harías diferente, recepcionista?

RECEPCIONISTA.- No comportarme como un idiota.

BEATRIZ.- No te preocupes, más bien me comporté yo como una pringada. El exceso de alcohol, ¿sabes?

Él le suelta las manos y teclea de forma frenética.

RECEPCIONISTA.- No tienes ningún cargo pendiente.

BEATRIZ.- Lo sé, pero gracias por la confirmación. No sabía que fingir amor por las clientas formaba parte de tus funciones.

RECEPCIONISTA.- El amor es el principio y el final de mi mercenaria existencia, pero no te equivoques conmigo: yo no soy actor. Yo no finjo mis sentimientos.

BEATRIZ.- No te entiendo.

RECEPCIONISTA.- Porque no haces el esfuerzo de intentarlo. ¿Tú crees que se marchitarán las flores que nunca te compré?

BEATRIZ.- No digas tonterías.

RECEPCIONISTA.- No es ninguna tontería, Bea. Yo ya te prequiero.

BEATRIZ.- Pero, ¿qué estás diciendo, loco?

RECEPCIONISTA.- Digo que con lo que sé de ti ya conozco tu esencia, ya sé cómo eres, pero todavía no conozco tus defectos. Todo me gusta de ti en este momento. ¿Cómo no prequererte si eres preciosa por dentro y por fuera? Anoche anduve como una fiera enjaulada por mi habitación repitiendo tu nombre: Beatriz. Y me sabía a miel en los labios.

BEATRIZ.- Recepcionista…

El recepcionista sale del mostrador y se sitúa cerca de ella.

RECEPCIONISTA.- Mario, Bea, me llamo Mario, pero si no te gusta me cambio el nombre.

Despacio recorre la distancia que les separa, la toma con suavidad por la cintura y la besa con la pasión y temperatura del inicio del Big Bang.


© 2021 Montse Godrid. Todos los derechos reservados.

---------.---------